sábado, 9 de junio de 2012

Comparto con ustedes el final de uno de los cuentos que escribí para Taller.



El tiempo parecía haberse detenido. Volaban plumas, corría sangre, sangre y sudor. No se distinguían muy bien las formas. El galpón estaba casi a oscuras a excepción de una luz tenue que iluminaba el corral. Alrededor de él, miles de personas, la mayoría hombres, mirábamos con atención cómo se desarrollaba la riña. Cada uno gritaba con fuerza alentando al gallo por el que había apostado.
 Rambo estaba bien entrenado. Muchos habían apostado por él porque tenía un historial victorioso en el ámbito de las riñas clandestinas. Jacky había salido invicto en más de una oportunidad y sin embargo, nadie quería poner un peso por él, creían que su tiempo había acabado, que ya estaba grande, “que no saldría bien de esta”, los escuché decir. Yo lo creía invencible, pero ya había visto pelear a Rambo en más de una oportunidad y coincidía con la mayoría en que quizás, esta vez, no se repetiría la victoria. Los dos gallos eran bien reconocidos y por eso la apuesta era fuerte, se estaba hablando de un millón de pesos.
 Apostar no es tarea sencilla. Hay que evaluar muy bien las estadísticas y dejar un margen librado al azar. El azar, por definición, es impredecible, sólo se puede saber que está ahí, acechando con cambiar la suerte. Evalué las opciones e hice mi apuesta, con culpa y mucho pesar, como si hubiera sabido el resultado de antemano. Miré a Jacky una última vez, me despedí y me alejé del corral. La multitud anunció el resultado a gritos. Había acertado, Jacky no volvería a anunciar el amanecer. 


Florencia Dalto

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